Hace poco compartí en Facebook un vídeo que muestra la realidad de lxs animales en los circos (debajo) y recordé una reflexión de una amiga, también de Facebook. Ella explicaba que no le gustan determinados vídeos, con violencia explícita, tanto de violencia hacia humanxs como hacia el resto de animales. En el caso de nuestra especie, explicaba que esa violencia (mostrando la cara de las víctimas sin su consentimiento) era una nueva agresión y una falta de respeto. Estoy de acuerdo en lo que se refiere a violencia hacia humanxs. Pero en el caso del resto de animales es diferente. Y que conste que no rebajo ni un milímetro la violencia que sufren lxs humanxs. Pero:
la esclavitud de por vida, violencia y tortura animal es legal, rutinaria y casi invisible. Luchamos para que deje de serlo, pero, de momento es así para una parte importante de la sociedad. La industria de explotación se esfuerza en que siga invisible: presenta leones que besan al domador, cerdos felices comiendo bellotas en parajes idílicos, vacas que ríen, etc. No muestra las jaulas de confinamiento, las miradas perdidas, los huesos rotos, las cicatrices. No muestra las trituradoras de pollitos macho. Tampoco las estereotipias (los movimientos repetitivos síntoma de enfermedad mental inducida por condiciones de vida penosas). No muestra la banalidad diaria del mal.
La industria de explotación presenta, en definitiva, la imagen feliz, la postal de anuncio. Desde los Derechos Animales se muestra una realidad para cambiarla, igual que las personas que luchaban contra la esclavitud humana mostraban la realidad frente a la sociedad esclavista y su estampa de la persona esclava feliz en la plantación.
Lo que quiero decir es que, en esa batalla de la imagen, darle a este play es mucho más difícil que darle al play de un vídeo publicitario de Campofrío (o de cualquier otra empresa, me da igual). En esa batalla, perdemos. Pero no podemos presentar una realidad idílica que no existe. Primero porque lo que no se nombra no existe (esto lo aprendimos, cómo no, del feminismo). Y segundo porque saber es el primer paso para tomar conciencia y decidir no participar. No se puede fingir que no se sabe, si se sabe.
Y, personalmente, creo que es lo mínimo que se puede hacer por quien no tiene voz. Al menos, contar qué sucedió, para que no vuelva a repetirse. Nunca, a nadie.